Reflexiones de una futura emigrada

Reflexiones de una futura emigrada

Texto de Liliana, de la Comunidad de Emigrar por Carta

Migrar o emigrar o como sea más correcto decirlo… eso no importa. Lo que importa es el hecho, la acción, todo lo que implica el proceso.


Yo no soy una emigrada pero, como dijo Sofi acerca de la foto que envié, lo seré en poco más de un año.

Por eso escuché todos sus podcasts y me asaltan multitudes de pensamientos como podrían asaltar hordas de hambrientos un supermercado repleto de mercaderías.

Y de escucharlos saqué como conclusión que el proceso migratorio es como lo representa tan bien la escultura de Bruno Catalano situada en Marsella y que “simboliza el vacío plasmado en el ser del migrante que se ve obligado a abandonar su casa, su tierra, su vida, sus raíces”. 


Este escultor nació en Marruecos y se vio obligado a emigrar a Francia con su familia, durante su adolescencia, marcando así su vida y su obra. Y creo que la oración descriptiva no puede ser más acorde: Migrar es dejar una parte de sí y avanzar en fragmentos. ¿Es correcta mi conclusión aún sin ser una emigrada?


Y me preocupan muchas cosas (aunque, si debo ser honesta, no me sacan el sueño porque me ocuparé día a día de lo que vaya apareciendo, dado que lo impredecible del mundo en este momento no permite realizar otra elección que no sea esta…).

Mi marido y yo hemos decidido emigrar. Somos grandes y, por ese motivo, los miedos son mayores. No porque no pensamos que podemos equivocarnos y tenemos que regresar sino porque nos queda “menos hilo en el carretel” y, como tal, pensamos más de lo que deberíamos.

En algún momento que nos fuimos con tres hijos pequeños (en uno de esos tantos vaivenes de la economía de nuestro país) para hacer una estadía en el exterior y experimentar la felicidad de estar en un país donde se podía hacer predicciones sin errarlas, confieso que nos hubiéramos quedado si hubiéramos podido hacerlo. Pero por circunstancias familiares y cantos de sirena de que se venían tiempos mejores en Argentina (¡jajaja! Ilusión, divino tesoro… aunque el original sea “amor” y no “ilusión”), volvimos. 

Y debo confesar que nos fue bien; no me puedo quejar.

Pero claro, para nuestros hijos no fue lo mismo. La inestabilidad económica, el deseo de conseguir una vida mejor, el peligro de trabajar en el conurbano se asomaron implacablemente y no sólo se asomaron sino que se establecieron. 

Y así se fue primero una de nuestras hijas con su esposo y su hijo (nuestro hijo mayor ya se había ido hace tiempo, se enamoró y se fue con su amor a Europa y allí está con sus dos niños). Ella, que siempre había querido quedarse en Argentina, orgullosa de su trabajo en el sistema de salud, tenía que buscar otros horizontes porque con el sueldo suyo y el de su marido y teniendo que alquilar no podían vivir tranquilos. Amén de que el esposo trabajaba en algo que no le gustaba porque no había podido hallar trabajo dentro de su profesión, la inseguridad en aumento y demás… decidieron irse a probar suerte en el viejo mundo y bueno, vieron y vivieron la diferencia y allí se quedaron. 

Y por último la menor, muy calificada, que lo que le pagaban no le alcanzaba para vivir dignamente porque los sueldos se fueron deteriorando con la inflación a ritmo acelerado… ¡¡¡Ay, Argentina!!! Nos diste y nos quitaste lo más preciado para nosotros… Y me fui por las ramas con esta catarsis… como si para ustedes no estuviera más que claro cómo es la historia.


Y bueno, como bien una vez me dijeron sabiamente, el hogar se lleva en el corazón: no es una casa, un lugar, cosas… sino son las personas cerca de las cuales queremos envejecer: los hijos y los nietos.

Así que con eso en mente decidimos finalmente irnos un poco más cerca, saltando el charco (que no es poco…).

Pero claro, tenemos miles de preguntas que nos hacemos y charlamos. 

Pero me parece que ya di bastante la lata y dejo las preguntas que nos hacemos para una próxima carta, ¿puedo?


Liliana

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Texto de Liliana, de la Comunidad de Emigrar por Carta

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