Aún sigo un poquito conmocionada. Por un lado, pienso en la suerte que tuve de que el apagón no me agarrara en el ascensor, ni en el metro ni en un tren. Pero por otro lado, pienso en lo frágiles que somos.
Nos quitan una sola cosa, una sola, y nos quedamos en bolas.
Esto me recuerda a algo que me parece que le escuché decir a Santiago Bilinkis una vez, acerca de lo mal preparados que estamos hoy para sobrevivir. Se ve que me quedó dando vueltas en la cabeza y que ayer con toda esta situación, lo volví a traer a flote.
Él dice que, a pesar de todo el progreso que hemos hecho y de creernos la especie más suprema, en verdad somos de cristal.
Paradójicamente, es el mismo progreso el que nos ha permitido acceder a una mejor vida (en algunos casos) mientras nos ha vuelto cada vez más vulnerables.
Ayer extrañé más que a nadie a mi pareja y a mi familia.
Me costaba contener las ganas de abrazarlos a todos, poder verlos, tocarlos, conversar con ellos.
La comunicación con la mayoría es a través de una pantalla, facilitado por una conexión a wifi, alimentado por la electricidad.
Se cae eso… y a mi, se me cae mi mundo.
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